Lucía tuvo que marchar de Nicaragua y acabó en Zaragoza una feliz mañana de octubre tras un largo viaje de despedidas. Decoró su habitación de Torrero con fotografías de sus hijos y nueve meses después, cuando ya tenía arreglados sus papeles y trabajaba en una cadena de comida rápida en el centro comercial Venecia, cuando le hicieron fija, marchó a vivir a una casita del barrio de San José junto con Alfredo.
Alfredo conocía muy bien la rica tierra de Teruel que le vio nacer, pero también decidió buscar fortuna en Zaragoza y acabó encontrando a Lucía. Lucía dejó la foto de sus niños en la pared del Hogar San Francisco cuando marchó.
Quiso sentir que algo de ella muy importante se había construido en ese año compartido en aquella casa destartalada junto al canal.
La foto de Manuel y Esteban, 9 y 6 años, abrazados en la puerta del ranchito a las afueras de Managua, alumbró la llegada de Fátima, que ocupó la habitación en la que antes había estado Lucía y transformó el miedo que traía en su maleta por una sensación de hogar que debía construir con esfuerzo.
SERCADE 25 aniversario. Construyendo el mundo que queremos