En las obras sociales de SERCADE (SERvicio CApuchino para el DEsarrollo) hay un punto de discusión muy habitual respecto a cómo lograr poner el apellido “franciscano” a nuestras acciones. ¿Cómo dotamos de una identidad propia a nuestros proyectos para no convertirnos en meros servidores sociales?
Sin esa reflexión podemos terminar supliendo la obligación del estado en dar respuesta a la pobreza y entendemos que ese no es el objetivo de una organización como la nuestra, sino más bien, nuestro objetivo reside en dar una respuesta particular y con un cierto significado a las “minorías sociales” que han quedado marginadas en el entorno de nuestras presencias.
El proyecto del -Huerto Hermana Tierra- nos acerca un poco más a ese significado. En él confluyen varias realidades o necesidades: la primera, la de dar una funcionalidad social a los espacios en desuso de cada fraternidad; la segunda, integrar en un ejercicio conjunto a las asociaciones y grupos que en torno a Capuchinos desarrollan su labor social; y la tercera y más importante, dar una respuesta creativa y eficaz a los colectivos más desfavorecidos, aquellos que caminan por el filo de la exclusión.
Aliou y Suleymane cruzaron hace unos años el Estrecho en una de esas barcas abarrotadas de sueños que cruzan hasta esta nuestra orilla en busca de una respuesta a la miseria que les tocó soportar en Guinea Conakry. Pasaron por algunos dispositivos de tutela y ahora, en su camino hacia la integración son los primeros beneficiarios del proyecto Huerto Hermana Tierra.
El convento de El Pardo, tras el cierre del seminario que funcionó en sus instalaciones, dejó en desuso la huerta de dos hectáreas que dio de comer a alumnos y frailes. Ahora, la fraternidad capuchina, la Asociación Franciscana de Apoyo Social, la Asociación APOYO y SERCADE, están trabajando conjuntamente para recuperar su uso para el cultivo de verduras ecológicas. La propuesta es que jóvenes en riesgo de exclusión como Aliou y Suleymane trabajen la tierra y comercialicen los productos entre consumidores locales.
El proyecto comenzó su andadura en junio y a fecha de hoy ya son 120 familias las que reciben su lote de productos ecológicos cultivados y recogidos por estos jóvenes y por un grupo de voluntarios que acompañan cada martes los frenéticos días de reparto. Son más de las que esperábamos para estas fechas, pero menos de los que necesitaremos en los próximos meses.
De momento ya es gratificante el simple hecho de acercarse a ese terreno en el que antes solamente pastaban unas pocas ovejas y ver como unas inmensas coles rosadas o unas escarolas excesivamente verdes crecen y dan color al paisaje del Monte del Pardo. Cuando estos días pasados veíamos esa imagen tan oportuna del campo de golf junto a la valla de Melilla abarrotada de personas, entendíamos como el uso de la tierra puede escenificar las respuestas que como sociedad damos a los retos de este mundo. Y mientras algunos prefieren dar respuesta construyendo alambradas más altas que nos distancian de la solidaridad, otros hemos preferido optar por construir un pozo de agua que ahora hace florecer gracias al esfuerzo de dos jóvenes africanos otro campo que no es de golf, pero en el que nos jugamos la partida de la exclusión.
Estamos todavía en una primera fase y los errores y la incertidumbre son parte de los ingredientes de esas cestas que distribuimos en varios puntos de la capital. Nos gustaría completar el cultivo y abarcar las dos hectáreas, llegando a ser autosuficientes e incluso ampliando el proyecto a otros lugares. De momento toca ver crecer estas primeras semillas, y pronto cultivar los productos de verano. Ojalá, además de construir murallas encontremos otras maneras de responder a los ojos de la pobreza, que no espera, que es real y que busca de nuestra solidaridad una respuesta a sus llamadas.
Más información en: www.huertohermanatierra.org