Por tanto, algo bien diferente a lo que consideraba Jesús que era la vida de un seguidor suyo a quienes, les quería sacar de teorías o doctrinas, y decía: “venid a ver cómo vivo”. O, también: “seguidme”. Es decir que según él, se aprende estando observando la vida bien cerca, desde dentro. Participando activamente, siguiendo una determinada ruta de actuación.
Pero casi todo nos empuja ahora en otra dirección.
En esta hora de la comunicación digital, global e instantánea, el mundo nos lo han convertido en un mercado, en una exhibición. Todos los días desfilan ante nuestros ojos cientos y millares de imágenes, noticias, informaciones, casos y comentarios. No tenemos control sobre nada de eso. El ruido es incesante, infinito. De una variedad y abundancia tales que no nos permite el sosiego de detenernos y asimilar lo que viene. Cada imagen dura segundos y está atropellada con otra nueva. Cada noticia, por sensacional que parezca, duras escasas horas, muy pocas veces algunos días, y es sustituida por otra completamente diferente. El mundo parece estar a nuestro alcance. Podría pensarse que llegamos a cada rincón del mismo, por muy exótico o alejado que sea.
Pero, ¿qué ocurre con ese aluvión, ese tsunami, supuestamente informativo? Somos meros espectadores. Todo lo más comentamos alguna cosa, pero ni siquiera nos detenemos en eso, o profundizamos para averiguar la veracidad o sustento de lo que oímos o vemos. Porque la avalancha es tal que resultamos como sepultados por el alud informativo. La realidad es que nosotros solemos quedar paralizados.
En esa ola gigantesca se mezclan todo tipo de noticias e imágenes. Desde las tragedias hasta lo más ridículo o bochornoso. Una papilla como para menores de edad, que debe deglutirse con rapidez y sin hacer ningún esfuerzo de crítica. Pues la crítica exige tiempo, reflexión personal, conocimiento y esfuerzo. Y aquí se trata de consumir rápidamente y sin molestias. De hacernos a la idea que conocemos todo sin necesidad de esforzarnos. Es resumen, se trata de divertirnos. Así que nos convertimos en mirones, curiosos. Miramos la vida en una pantalla. Fuera de la vida real pero en la ilusión de conocerla y abarcarla mejor que nadie. Convenientemente alejados del escenario. Como esas fotos de nuestro planeta tomadas desde una estación orbital. Lejos de donde la vida crepita y hiere; en una atmósfera sin gravedad, silenciosa y artificial. Nos contentamos con mirar, hablar un poco. Y esperar otro e inmediato espectáculo: trágico o corrupto o alegre. Lo que sea. Habrá de todo un poco. Porque la papilla ha de ser variada ya apetitosa.
En resumen: el mundo entero, pero también nuestros alrededores, se han convertido en un espectáculo que podemos ver sin salir de nuestro cuarto de estar. Nos lo venden como un mercado. Un escaparate que puedo mirar en un banco del paseo, a través de un pequeño artilugio electrónico.
No miro alrededor de mí. No veo nada. Estoy, aislado de todo, metido en una pantalla.
(Miguel Ángel Cabodevilla)