Cuando uno entra en el carril o en ese camino paralelo de la vida donde por arte de magia te convierte en invisible, todo cambia a tu alrededor. Eso es lo que les ocurre a las personas que acuden a nuestro Centro Social San Antonio, a las que intentamos ayudar.
Esto no es tarea fácil y no siempre se logran los resultados esperados, pero otras veces lo que parecía imposible se convierte en realidad y llega a estar muy cerca de lo divino.
Este es el caso de Javier, un joven que sufre varios sucesos traumáticos en su vida y que lo llevan a la calle. Durante más de diez años come en nuestro comedor social, durante este largo tiempo todavía está más apartado y arrinconado, y además su deterioro mental va creciendo día a día. Poco comunicativo y tan reservado que se llega a pensar que es una persona muda. Su mirada es siempre tranquila pero transmite una soledad severa. Estar a su lado no es fácil, su poca higiene, además de problemas con sus necesidades fisiológicas, hacen que estar a su lado no sea nada agradable para nadie. Su desgaste va en aumento día a día, hasta el punto de que llega a desbordar a los voluntarios del comedor, teniéndolo que poner solo en una mesa aparte para comer, ya que estar a su lado se convierte en una tarea difícil. Incluso se llega a plantear su expulsión del comedor.
Pero en este carril en el que vive se ve iluminado por destellos de otras personas y poco a poco su situación irá cambiando de manera asombrosa y, por qué no, milagrosa.
En la vida de este joven aparecen nuevas personas para las que no es invisible. Personas que le saludan todos los días, y aunque no reciban respuesta por su parte para ellos deja de ser invisible. Aun en su deterioro, él al fin se da cuenta y poco a poco va invirtiendo esta situación. Personas que se involucran en su problema de salud e higiene y paulatinamente intentan acercarse a él para ayudarle, convirtiéndose en un proceso largo y costoso y, aunque muy lentamente, comienzan a obtenerse pequeños resultados.
Después de conseguir estos pequeños logros, gracias a los voluntarios y a los técnicos del Centro, es acompañado a los servicios sanitarios. Este es un largo proceso pues la persona con la que trabajamos está muy deteriorada. Cosas tan sencillas como recordar sus apellidos o su pasado se convierten en un trabajo duro y arduo. Aunque también se alcanzan grandes recompensas: su mirada y su sonrisa de complicidad cuando recibe su DNI y su tarjeta sanitaria… no hay palabras, él transmite que a partir de ahí comienza algo nuevo, algo diferente…
El siguiente paso tras una larga espera es la atención en un centro hospitalario para valorar su deterioro psíquico. En este proceso nunca se le deja solo, siempre está acompañado por voluntarios del Centro Social, que de día y de noche le acompañan en estos momentos tan importantes.
Su situación comienza a mejorar muy lentamente. Se consigue que después de este ingreso y de esta valoración no vuelva a la calle y pase a formar parte de las personas visibles.
Javier experimenta que, después de mucho tiempo, la vida le vuelve a sonreír. Se le encuentra un recurso apropiado para él, acompañado por especialistas que le hacen sentir importante y querido por los que tiene alrededor, y su salud mejora día a día hasta casi hacerle olvidar que hubo un día en el que era invisible a los ojos de las demás personas.
Javier sigue luchando y dando pequeños pasos para mejorar. Es dado de alta en el recurso en el que han estado ayudándole durante una larga temporada. Y vuelve a dar otro paso de autonomía. A día de hoy se encuentra en un piso tutelado, con más compañeros como él con ganas de vivir y saborear la vida.
Todo este proceso se convierte en realidad gracias a personas invisibles, pequeños duendes que hacen que personas como Javier sean personas importantes y visibles para la sociedad.
Por personas como ésta trabajamos en el Centro Social.
Por las personas, por una mayor dignidad y una menor exclusión.
Oscar Matés