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Editorial

Afrontar el miedo

Afrontar el miedo

Es terrible también el miedo de quien migra, de aquel que dejó su hogar para echarse a la aventura de descubrirse a miles de kilómetros de su gente y con los sueños devastados por nuestra cruda, miserable y miope realidad. 

Es terrible el miedo de la infancia desprotegida, la de aquellos que se ven crecer sin el cobijo, sin el cariño de quien debió ser el que le amaría más que a nadie. Terrible el miedo de los mayores cuando se ven incapaces, solos y ajenos incluso a si mismos, cuando todo a su alrededor les recuerda que ya no son lo que fueron y que lo que serán irá alejándoles más y más de sus anhelos.

El miedo escuece porque paraliza, porque te juzga como profesional, como voluntario, como servidor. Te juzga en tu incapacidad de servirle al que lo necesita, en tus limitaciones para serle útil al otro. Y es que ante el miedo no hay técnico que valga, el miedo anuda los saberes y se va directo a las cuencas de los ojos, muy adentro, hasta las entrañas. Te interpela como ser humano y te pide que le mires al rostro y le ayudes a salir de la encrucijada.

Olvidémonos de lo que aprendimos en la carrera… dejemos de ser solamente profesionales de la ayuda, de ser asépticos ante el miedo o el dolor. No respondamos solamente con el vademécum. El dolor del ser humano no puede ser tratado con protocolos. No hay receta ante el sufrimiento porque es tan diverso como diversas son las personas. No pretendemos simplificar la acción social hasta convertirla en abrazos y palmadas en la espalda. No planteamos que todos debamos ser solamente buenas personas y que quien acuda a los programas de SERCADE solamente pueda obtener bondad y ternura. 

De la ternura no se obtiene alimento y la bondad no alimenta tampoco los anhelos del progreso colectivo. Solamente con buenas intenciones no combatiremos el desasosiego que nos causa el mundo de empobrecidos y enriquecidos.

Cuando Alejandro Labaka regresaba de sus primeros encuentros con las comunidades indígenas no se dirigía al consejo de misiones diciendo: “¡abracemos a los indios!”. Siempre contestaba con necesidades certeras: necesitan legalizar tierras, necesitan paralizar la extracción de hidrocarburos en los afluentes del Cononaco, necesitan de nuestra intervención ante el Ministerio de Agricultura… Cualquier respuesta no vale ante el sufrimiento. La profesionalidad nos ayuda a ser más eficaces en la intervención.

Pero podemos correr el riesgo de perder el corazón y la alegría. Compasión y reconocimiento. Miraremos a la pobreza con compasión.. Si no permitimos que el dolor del otro nos hiera, si no accedemos a que la realidad del otro nos escueza, no abordaremos la importancia de nuestro papel con toda la responsabilidad que el otro se merece.

La compasión, en palabras de Karen Armstrong “nos motiva a dejar de lado el egoísmo y aprender a compartir y nos pide honrar la inviolable santidad de cada ser humano, tratando a todos, sin excepción, con absoluta justicia, equidad y respeto”. La compasión además implica reconocimiento. La respuesta de ayuda debe darse reconociendo al otro y sus verdaderos anhelos. Si logramos comprender la verdadera y particular dimensión que el miedo tiene para ese ser humano que precisa de nosotros, lograremos responder directamente al motivo de su miedo propio. 

Debemos ser singulares y certeros en la respuesta que demos en base al contexto, a la peculiar situación de una u otra persona.

Primero compasión y luego reconocimiento. Joaquín García Roca, teólogo y filósofo implicado en Cristianisme i Justicia, hace más de veinte años definió la solidaridad como... “un proceso que se da desde tres componentes: compasión, reconocimiento y universalidad

Xabier Parra
Coordinador de SERCADE
SERvicio CApuchino para el DEsarrollo