Todos los días pasan por nuestro centro diferentes personas cargadas de historias duras y difíciles. Vidas cargadas de sufrimiento, situaciones y vivencias que dejan sus marcas para siempre. José es uno de tantos. Un hombre que carga sobre su espalda una vida difícil, áspera y complicada. No es fácil acercarte a José porque posee una imagen desaliñada, sucia, y un olor corporal muy fuerte por una evidente falta de higiene.
Su mirada y su físico indican que es un superviviente de los años 80 en el que la droga circulaba, libre como el viento, por algunos barrios de las ciudades de nuestro país. En especial en el lugar donde José vivió su infancia y adolescencia.
Se acerca a mí y comienza a hablar. Mientras escucho su historia, historias en primera persona, no puedo evitar que mi cabeza vaya a mil por hora y me surjan preguntas y respuestas rápidas… ¿tú tienes la culpa de tu situación? ¿ya sabías que la droga y el alcohol eran malos...? Me saca de mis pensamientos y continúa la conversación. Habla de que ha estado varias veces en prisión por robar para obtener dinero para sus “cosas” y que conoce varias prisiones.
No me lo puedo creer. ¿Cómo puede haber gente así? De nuevo me sumerjo en mis pensamientos y pasa por mi mente una frase muy clara, certera y concisa: “a mí nunca me va a pasar eso”. Seguidamente pienso que la culpa es suya, por no haber sido más fuerte. Pienso que tengo ante mí a un monstruo que me dice abiertamente y sin reparo alguno que ha estado en la cárcel varias veces por varios delitos. ¡Vaya personaje!
Pero la conversación cambia y lo que parece una tomadura de pelo se transforma en una confesión. Comienza a contar que todavía tiene que pagar unos “asuntillos” pendientes con la justicia y que tiene que entrar de nuevo a prisión unos 4 años por tener antecedentes...
La historia de José no es un caso aislado. Existen muchas personas en nuestra sociedad pasando por situaciones similares, pero no nos damos cuenta de su presencia porque están ocultas, no salen en las noticias, no interesan, no son virales, ni dan audiencia. Y cuando nos encontramos con una persona de estas características no permitimos el lujo de juzgarlas, analizarlas sin compasión, con preguntas y respuestas rápidas que no atienden a su relato sino a prejuicios que latentes en cada uno de nosotros sirven para completar el puzzle. Una vez que hemos configurado nuestro estereotipo ya no intentamos darle la vuelta a la situación.
El ejercicio no es complicado: mirar con otros ojos y ponernos en el lugar del otro. ¿Cómo hubiese reaccionado yo si hubiera tenido la infancia y adolescencia de José? ¿Qué hubiese hecho yo si mis padres me hubiesen abandonado? ¿Qué hubiese hecho yo si mi matrimonio hubiese fracasado? ¿Qué sería de mí si yo estuviera en la piel de José?
Quizá estaría como José, deambulado por las calles sin rumbo. Permaneciendo oculto para molestar lo menos posible, durmiendo en la calle… sobreviviendo. Pensar en la suerte que he tenido me ayuda a empatizar con él. Dándole la vuelta a todas esas preguntas puedo acercarme a su historia más allá de mis prejuicios. Al poco empiezo a comprender desde otras claves y ya no estoy tan seguro de que su situación sea únicamente responsabilidad suya.
Pienso en si yo hubiera sido capaz de ser fuerte, en cómo sería mi reacción ante tanta adversidad. ¿Si tuviera sus zapatos sería capaz de caminar? La biblia nos responde en uno de sus pasajes: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más."
Oscar Matés, Centro Social San Antonio de Zaragoza