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Solidaridad

Ninguno vive para sí mismo (Rm 14,7)

Ninguno vive para sí mismo (Rm 14,7)

Muchos de nosotros nos situamos también en nuestro mundo como personas creyentes, cristianas, que queremos hacer del Evangelio nuestra forma de vida. Tratamos de plantearnos la vida siguiendo el modelo que ofrece Francisco de Asís. Él descubrió a Dios como Bien. “Tú eres el Bien, todo Bien, Sumo bien”. Así lo agradeció y lo compartió.  Otro Francisco, el Papa actual, en su Encíclica Laudato Si afirma que “en él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior”(LS 10). De esta manera tan sencilla el papa actual presenta cuatro elementos, ejes o pilares desde los que asentar nuestra opción de vida como creyentes. 

Francisco de Asís quiso vivir dentro de la Iglesia, nunca se planteó situarse al margen de ella. Creemos que la Iglesia siempre tiene una propuesta saludable: la proclamación del Evangelio. Así nos invita a mirar a Dios y a los demás. Esa invitación, esa comunión, no es algo privado, sino que tiene una dimensión social, que le hace salir de sí misma al encuentro de toda la creación, especialmente hacia donde hay pobreza y sufrimiento. El anuncio del Evangelio es comunitario y social. Si uno lo entiende y lo trasmite como algo individual, algo falla. 

Seguramente que también tenemos nuestro modelo de Iglesia. Según el modelo que tengamos, deseamos que esté más o menos ausente de la sociedad en la que vivimos. Dentro de la comunidad cristiana, de la Iglesia, un principio importante es la solidaridad. Esta nos anima a crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, reconociendo el destino universal de los bienes y abriendo el oído al clamor de otros pueblos. Está en la base de nuestro origen común en el único Dios y es también exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana. 

El papa Francisco, escribió una exhortación apostólica titulada la Alegría del Evangelio, Evangelii Gaudium. Este no es un documento más, pues tiene un sentido programático. Es todo un programa de trabajo para los católicos y sus comunidades en las que se vive, comparte y celebra la fe. Os propongo para vuestra reflexión uno de los puntos de este documento: “nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de santa Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia». Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo. Al mismo tiempo, une «el propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo social las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión doctrinal como en el ámbito práctico». (EG183)

La Iglesia proclama que la vida humana es sagrada y que la dignidad de la persona es el fundamento de una visión moral para la sociedad. Somos conscientes de que la vida está constantemente amenazada, que muchas personas no viven, malviven o sobreviven. Creemos que cada persona es valiosa, que las personas son más importantes que las cosas y que el valor de una institución también “se mide” en si amenaza o acrecienta la vida y la dignidad de las personas.

Francisco de Asís aprende a mirar todo con ojos nuevos desde la mirada que le proporciona Jesús. Esa misma mirada nos lleva a una vocación de apertura. Nos invita a contemplar al mundo y a las personas con una mirada fraterna y no violenta. Nos invita a descubrir la dignidad de cada persona y a valorar todo lo que nos rodea.
 
Benjamín Echeverría