Mientras en gran parte de nuestro planeta millones de personas pasan hambre o padecen graves problemas nutricionales, en las sociedades favorecidas el desperdicio de alimentos es enorme. Las cifras recogidas por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) son escandalosas:
• Casi la mitad de todas las frutas y hortalizas producidas en el mundo se desperdician.
• En Europa se desperdician al año 29 millones de toneladas de productos lácteos.
• El 80% de los pescados capturados en el mundo son devueltos al mar muertos, dañados o moribundos.
Algunas de las propuestas que ha hecho esta organización para frenar el desperdicio incluyen el hacer la compra con la lista pensada previamente; no confundir fecha de caducidad (cuando el alimento ya no se puede consumir) con la fecha de consumo preferente (cuando el alimento puede aún consumirse con total garantía durante varios días o semanas) y no tirar comida en buen estado.
Frente a esto, podemos constatar que nuestros mayores han sabido siempre aprovechar los alimentos. Ellos saben lo que es vivir en una sociedad de escasez, frente a esta abundancia y consumismo desenfrenados. De ahí lo valioso de la sabiduría que nos transmiten. Nuestras madres y abuelas son expertas en hacer purés con las verduras o legumbres sobrantes; han hecho empanadillas o croquetas con restos de carnes o embutidos; sopas, con casi cualquier cosa... Tan variadas recetas, muy presentes en la cocina mediterránea, constituyen un gran patrimonio gastronómico y de consumo responsable y nos suponen, además, un buen ahorro para el bolsillo.