Hay días en los que los lamentos por la tragedia de turno pueden llegar a ensombrecer nuestra mirada y convertir la pena en un estado pasajero que se alimenta con la segura, próxima tragedia. Eso mismo nos puede ocurrir al pensar en Ceuta y en los, hasta la fecha, 14 muertos que ha provocado la batalla contra el mar, y en este caso, no contra la indiferencia de un continente que los repele, sino contra uno que los aleja, con pelotas de goma o con balas de fogueo. Sería bueno encontrar la fórmula para que estos sucesos no queden en el anecdotario de los lamentos y nos impulsen a una reflexión más duradera.
Desde un punto de vista cristiano, y también desde una mirada humanista, al amparo de los derechos humanos, es intolerable esa muestra de agresión, que se suma a la interminable lista de fechorías que nos alejan de atender la migración desde la solidaridad, la fraternidad y la corresponsabilidad. Todavía resonarán los lamentos por las muertes de Lampedusa y las palabras del Papa Francisco: “¡Es una vergüenza!”.
Varias ONGs, algunas muy cercanas a nuestro día a día, han tenido la osadía de denunciar la actuación de España en esta última tragedia; y es que hay conductas que debieran ser rechazadas, desde cualquier óptica y/o cualquier color. Ojalá los intereses partidistas, las trifulcas de banderas y etiquetas, no nos hagan perder un posicionamiento ético que debiera estar junto al más vulnerable.
La migración se convierte en tragedia cuando es forzada, cuando es la única alternativa para lograr un mínimo de necesidades cubiertas, cuando tu país te repudia y margina y la esperanza asoma solamente en orillas lejanas. Las playas debieran ser lugares de reencuentro, arenas sólidas sobre las que tejer eso tan franciscano de la fraternidad.
Y es que mientras sigamos construyendo mundos de desigualdad, mientras alentemos miseria en el ajeno, mientras anulemos las políticas sociales, de cooperación y de atención al marginado… no habrá disparo que paralice el derecho a soñar con que uno es más que miseria, con que uno merece llegar a orillas más amables.