Navegando por el río Yakuta Purishpa: Una línea en el horizonte; la fuerza de la corriente contra los palos clavados en la piel del río Napo; unos pequeños remolinos que licúan las aguas por dentro; las orillas de las playas carcomidas por el golpear de la corriente; el color del agua; los lechuguinos u otros vegetales que siguiéndoles te indican por dónde está el entero o lo profundo del río...
Esas señales nos indican la dirección a seguir para surcar por el río Napo. Cuando llueve o sopla el viento te quedas indefenso sin saber por dónde ir; entonces se borran las pistas del buen camino; en esos momentos te dejas guiar por la intuición o por la experiencia de haber pasado por allí otras veces. A veces te equivocas y te pegas una varada; sobre todo bajando. En esos casos siempre aparece un buen samaritano que te ayuda a empujar la embarcación hacia la zona más honda. Todos los motoristas guardamos en la memoria alguna varada que nos hace humildes y más precavidos.
¿Inventarán algún día un sonar o GPS fluvial Amazónico? Sería genial. Muy práctico. Mientras tanto a mi me sirve de ayuda conversar con los veteranos motoristas curtidos en mil surcadas; son mis maestros; Denís Abarca, Machín Bustos ... y otros conocen esas aguas como una prolongación de su cuerpo.
Con el tiempo vas aprendiendo que el río puede cambiar de un día para otro. La ruta rectilínea pocas ocasiones la seguimos. Como sucede en la vida, cuando caminas por el río Napo giras a la derecha y a la izquierda; vas haciendo curvas (King yaku); y aprendes a moverte en zigzag. Te adaptas a su ritmo: en los días de crecentada donde arrastra muchos palos y cuando camina lánguido en la época de verano.
Sencillamente lo ves cada día e intentas leer su flujo interior. Y bailas a su son. Sí. Aquí bailamos con el Napo. O por lo menos lo intentamos. Y él siempre lleva la iniciativa en el baile. Procuramos por lo menos no pisarnos. La música la pone la lluvia y el viento.
Llakishkawan.
Jesús Eugenio Jáuregui Arbizu.
Misionero Capuchino