Algunos lugares siempre quedan al margen de los intereses, de la atención mediática. Son periferias cuyas miserias “ya aburren”, su música suena a repetición. SERCADE, como tantas organizaciones de desarrollo, tiene la suerte de trabajar desde hace décadas en algunos de esos lugares. Vivir allí no es lo mismo que acercarse a su realidad por medio de una noticia breve publicada en el fondo de la sección de internacional, y el hastío, el desinterés, en nuestro caso se convierte en afecto, preocupación, y alegría compartida. Zambullirse en la realidad de una región significa poner rostro, nombre y apellidos al sufrimiento y a la diversión, convertir la esperanza en un proyecto personal concreto.
Los Capuchinos han desarrollado un acerbo misionero durante siglos. En los últimos cien años son muchos los que partieron a la amazonia y en particular los españoles fueron a una región diminuta y olvidada de la geografía ecuatoriana. La misión de Aguarico se ubica en la actual provincia de Orellana. Un territorio selvático que emerge a la margen izquierda y derecha del majestuoso río Napo. Es un lugar maravilloso, bello, cálido, muy cálido, húmedo. Un lugar indígena, mestizo, petrolero, natural, plagado de insectos, maravillosos, colores, mariposas azúles, samonas gigantes y palos de chonta. La lluvia se escucha antes de caer incluso y los problemas sociales y humanos se esparcen como las hormigas en busca de alimento. La cercanía de las fronteras, el narcotráfico, el olvido de los estados, la interculturalidad, la contaminación, “el ser esclavo de deseos e intereses ajenos por recursos propios”… todo ello construye una paleta de colores complicada. Rica, maravillosa, entretenida, pero tremendamente complicada si atendemos a los índices de desarrollo humano y a los registros económicos. No aburriremos en este caso con números. Digamos que no son los más alagüeños de la región.
El Coca, la capital de la provincia, es el perfecto lugar para sentirse en una encrucijada entre mundos olvidados, inconexos, difíciles de gestionar. A toda esa problemática se le une la diversidad étnica. Numerosos pueblos indígenas extienden sus territorios por los ríos y selva adentro y además sus árboles encierran el hogar de algunos clanes sin contacto todavía que, quien sabe si seguirán vivos tras los sucesos de muerte y terror ocurridos durante las últimas décadas.
El COVID en las periferias
Y ante todos esos ingredientes nos encontramos con que un día un virus salta de un murciélago a unos humanos, y que fruto del comercio, del natural intercambio de vidas y trabajos, del inevitable trajín de estos tiempos, ese virus salta de uno a otro y de otro a uno, hasta infectar a millones de personas en todo el mundo. En occidente vivimos y padecemos el Coronavirus y sus consecuencias desde el temor, por supuesto, y en España en particular con unas cifras de propagación y de mortandad que no permiten comparativa. Sin embargo y en términos generales, cada uno tiene una casa donde permanecer y contamos con que la sanidad hará su trabajo en la mayor parte de los casos y que podremos salvar muchas vidas, la mayor parte de ellas.
Muchos habréis visto las terribles imágenes de las consecuencias del COVID en Guayaquil, con las autoridades sobrepasadas y con los cuerpos esperando en las veredas a ser recogidos por las morgues. Terrible. Latinoamérica en su conjunto se enfrenta a la crisis sanitaria con algunas particularidades muy difíciles de llevar: un sistema público en la mayoría de los casos menos resiliente que el europeo, una capacidad de endeudamiento menor, una cultura popular y una forma de trabajo que se hace mucho más en lo colectivo, en lo informal y en lo callejero, etc. Pero imagínense que dentro de aquella región hay subregiones, lugares como Orellana, como las orillas del Napo, que están pobladas por indígenas que fueron contactados hace apenas cuatro décadas. Para empezar, sus cuerpos es posible que no encuentren defensas ni para el primer asalto contra el virus. Es posible que mueran antes incluso de imaginarse el tener que ir a un centro de salud.
Y en todas esas estábamos en SERCADE, en el Vicariato de Aguarico, en la misión capuchina, en la Fundación Alejandro Labaka y en el resto de organizaciones que conforman el tejido social con el que habitualmente trabajamos en la región, cuando el pasado 7 de abril el oleoducto que transporta el petróleo desde la región amazónica hasta la costa para luego ser usado o exportado, se rompió y derramó 4 mil barriles de crudo en el río Coca (estimaciones iniciales aparecidas en prensa). Los ríos en la amazonía son como el sistema sanguíneo de un organismo, se extienden alcanzando cada punto de su extensión. Y fue así como el crudo vertido en el Coca llegó al río Napo y amenaza con llegar al Amazonas.
De momento a su paso ha llenado de petróleo las márgenes y los territorios de las comunidades. Ha desabastecido de agua a la ciudad del Coca. Ha matado a peces y animales, plantas, seres vivos, sustento de otros vivos.
Las comunidades se encuentran con dos retos: el del COVID que no les permite salir de sus casas, que les confina y dificulta el comercio y la compra de víveres, y el del CRUDO que no les permite la pesca y la caza, la captación de agua para el lavado o el consumo.
¿Qué estamos haciendo SERCADE, el Vicariato Apostólico de Aguarico y la Fundación Alejandro Labaka?
Ante todo ello desde SERCADE hemos ofrecido ayuda a nuestras contrapartes ecuatorianas. Ellos ya tuvieron la iniciativa de tomar precauciones y de organizar a la sociedad y de organizarse con las administraciones, ante la posible llegada del COVID. Para ello han centralizado la solidaridad en un fondo comunitario que se repartirá con la supervisión de varias instituciones y en estricta coordinación con las autoridades locales.
Nuestro trabajo durante este tiempo en el que se necesitarán ayudas alimentarias, apoyos económicos para algunas familias, etc. será el de identificar dichas necesidades y canalizar las ayudas de manera rigurosa y atendiendo a criterios de necesidad y exclusión. Desde SERCADE aportaremos al fondo de solidaridad contra el COVID19 de Orellana. Puedes sumarte a esta iniciativa ofreciendo tu donación en el siguiente número de cuenta:
Asunto: AYUDA ECUADOR
BBVA: ES27 0182 5674 9502 0805 3859
CAIXA: ES55 2100 1740 2202 0034 3773
Además de eso, la misión capuchina gestiona desde hace décadas un hospital binacional en las orillas del Napo, en el último puesto fronterizo del Ecuador, en Nuevo Rocafuerte. El Hospital Franklin Tello asiste a las comunidades indígenas del Ecuador y del Perú en más de 300 kilómetros de río inaccesible por vías terrestres. El reto durante este tiempo es el de lograr equipamiento de protección suficiente y medicinas para responder al envite del virus.