Hoy teníamos prevista una reflexión sobre la riqueza de la migración. En numerosas ocasiones se nos dice a las entidades sociales que debemos cambiar el discurso: dejar de hablar de problemáticas, dejar de hablar de desesperanza, y volcarnos hacia una comunicación en positivo… con color… con esperanza.
Migración y gestión pública: el caso de Badalona
Pero, en la mañana de ayer, el Ayuntamiento de Badalona ejecutó el desalojo del Institut IX ocupado, desde hace tiempo, por alrededor de 400 personas de origen migrante. Es cierto que no podemos sostener que la ocupación de un espacio no destinado a ser un alojamiento sea una alternativa digna a la calle. También es comprensible que 400 personas albergadas en un espacio de las características que la prensa ha ido trasladando estos años se conviertan en un problema de convivencia.
Sin embargo, una vez más, no son las organizaciones sociales las que abordan esa realidad desde la desesperanza y la problematización. Son los poderes públicos quienes, “dos años después” de intentar el desalojo, lo ejecutan sin ofrecer alternativa alguna a las personas que allí se encontraban. Y lo hacen en contra de la obligación legal que les marca a los ayuntamientos la Ley de Bases de Régimen Local para el desarrollo de políticas sociales y de atención a la emergencia, obligación que había sido reiterada en estos días por la Generalitat.
El Ayuntamiento de Badalona ha acometido durante estos últimos años un proceso de debilitamiento del tejido asociativo y de cierre de recursos que conforman el escudo social que sostiene a las personas más vulnerables: aquellas que encarnan el rostro de la pobreza más extrema en España, las personas sin hogar. En la web de Cáritas Barcelona se puede leer un comunicado al respecto.
Datos que no se pueden ignorar
Permitidme aportar un dato de contexto: el Instituto Nacional de Estadística indicó en su Encuesta de Centros de Personas Sin Hogar, publicada en octubre de este mismo año, que en los últimos tres años la atención a personas sin hogar se ha incrementado en un 57,5%, siendo este incremento de más de un 100% en el caso de personas migrantes.
Todos los indicadores de pobreza, tanto los que recoge FOESSA en su informe sobre exclusión, presentado hace apenas unas semanas, como el indicador AROPE que maneja la Red Europea de Lucha Contra la Pobreza (EAPN), muestran que la exclusión social tiene rostro migrante. Las personas nacidas en el extranjero duplican las tasas de pobreza de la población nacional. La precariedad laboral, la intersección con el género y la juventud, los cruces desoladores que muestran los estudios sobre sinhogarismo de la Red FACIAM, en los que SERCADE participa, o los datos de infravivienda, apuntan todos en la misma dirección: algo falla en nuestra manera de acoger, proteger, promover e integrar a las personas migrantes. Esos cuatro verbos que el Papa Francisco nos invitó a ejecutar en la primera persona del plural.
En la otra cara de la moneda -o quizá en la misma, sobre lo que habría mucho que decir y que ya dijimos en un libro que aquí recomendamos-, hace pocas semanas la patronal catalana instaba a la apertura de fronteras y a un régimen de contratación más ágil y garantista con las personas migrantes. No es nada nuevo. El Consejo Económico y Social ha reclamado avanzar en políticas que mejoren los trámites de acceso a ciudadanía para favorecer el impacto económico necesario de la población migrante en la economía española, un impacto que, por cierto, ya se está produciendo. Las personas migrantes son desde hace años un motor fundamental de nuestro país. Del 2,9?% de avance anual del PIB per cápita entre 2022 y 2024, entre 0,4 y 0,7 puntos corresponden a la aportación de la población extranjera, según cifras del Banco de España.
Tres claves desde la experiencia de SERCADE
Hoy, 18 de diciembre, celebramos el Día Internacional de la Migración. Quizá la migración no sea un fenómeno en sí mismo celebrable. La mayor parte de los procesos migratorios no son deseados en origen. Se migra por guerras y conflictos, por la desertificación y la pérdida de recursos. Se migra por miedo y persecución, por pobreza o por falta de expectativas. Aunque también se migra por razones menos dramáticas, no neguemos la realidad: la migración suele ser un proceso de movilidad humana que busca resolver un problema en el lugar de origen. Quizá por eso no podamos celebrarla.
Desde SERCADE, sin embargo, creemos que conviene reflexionar sobre muchas de las bondades que tiene, más que el fenómeno, la gente migrante. Señalamos solamente tres.
- La primera es que, para quienes comprendemos el mundo en clave de globalización, la migración es una manera justa de afrontar la desigualdad y la pobreza. SERCADE, al igual que los Capuchinos de España, cuenta con una larga historia de trabajo misionero y de cooperación al desarrollo. No solo en las tres custodias capuchinas en las que seguimos presentes —Venezuela, Ecuador y México—, sino, también, en numerosos países de África y América que no son puntos exóticos en el mapa, sino lugares a los que nombramos como se nombra a la familia. Nos reconocemos familia de nuestros hermanos latinoamericanos, pero también corresponsables de la falta de acceso al agua en amplios territorios de África o de la ausencia de oportunidades que aún padecen muchas personas en países de Asia acompañados por la Orden Capuchina. La hospitalidad se convierte así en un valor que se hace Evangelio ante la realidad de un mundo empobrecido. La migración si no solución es al menos un recuerdo constante de que la sociedad global requiere de un constante cuestionamiento de las dinámicas generadoras de pobreza.
- La segunda bondad tiene que ver con nuestra propia experiencia como entidad. Los proyectos de atención a personas migrantes que desarrollamos, principalmente en Madrid y Zaragoza, han sido una auténtica bendición para SERCADE. No solo nos han traído trabajo y preocupaciones; nos han hecho una organización más rica en reflexión, más diversa, más joven y con mayor capacidad de mirar más allá de nosotros mismos. Nos han interpelado en nuestro papel transformador. Han supuesto nuevas metodologías, nuevas alianzas, una participación activa en plataformas y una manera distinta de pensar desde las personas participantes, obligándonos a ser más exigentes y más profesionales. No es buenismo ingenuo: es una constatación. SERCADE es más y es mejor desde que también trabaja con personas migrantes.
- La tercera bondad se vincula a la evidencia cotidiana de nuestras ciudades. Es esa moneda de dos caras que, en realidad, solo tiene una. Nuestra sociedad ya no es nada sin ellos. Ellas y ellos ya somos nosotros. El futuro del mundo tal y como lo hemos construido —con sus causas y efectos, con la globalización de la riqueza y de la pobreza, con la cadena de decisiones que generan efectos mariposa al otro lado del planeta— solo puede entenderse desde la acogida y la integración. Esa es nuestra premisa.
Una responsabilidad que no podemos eludir
Desde ahí aceptamos que hay muchos matices que debatir. Sabemos que la migración debe ser ordenada para que sea segura, ante todo, para sus protagonistas. El mundo no puede seguir impasible ante las muertes que provocan las fronteras. Los conflictos de convivencia en las sociedades de acogida no se resuelven únicamente con buenas palabras, sino con políticas sólidas que protejan a quienes llegan y también a quienes, siendo igualmente vulnerables, necesitan sanar sus propios miedos y heridas para poder acoger. Garantizar un mínimo común de bienestar para toda la población es la mejor vacuna contra la polarización.
Conviene también asumir que es la sociedad de llegada la que llama a la migración, y no al revés. El llamado “efecto llamada” no es una regularización ni un recurso de acogida creado para atender una emergencia concreta. El verdadero efecto llamada es la configuración misma de una sociedad de bienestar que, en un mundo globalizado, se exhibe con luces de neón ante realidades que sufren las consecuencias más crueles de ese mismo sistema.
Esta premisa explica que una sociedad que necesita la migración decida, deliberadamente, situarla en el último peldaño y permita que, en vísperas de la Navidad, cientos de personas migrantes sean expulsadas a la calle sin alternativa habitacional. La cuarta economía del euro no es capaz de articular una política mínima de acogida. Las administraciones se muestran ciegas —cuando no hostiles— a la colaboración necesaria para construir un escudo social que evite la miseria, oscilando entre la indiferencia y, peor aún, el rechazo a la pobreza. Y la población se ampara cada vez más en la desvinculación. Nos agarramos al miedo y permitimos que se elabore a través de fake news, de las distorsiones que generan las redes y de los últimos profetas de un nuevo orden mundial que pretende llevarnos a ser mucho más yo-mi-me-conmigo y mucho menos nosotros.
Así que en esas estamos, sin tener del todo claro si podemos celebrar el Día Internacional de la Migración. Pero sí teniendo clara nuestra responsabilidad: traer este breve relato que nos ayude a reflexionar sobre nuestro propio modo de actuar.
Nuestra débil estructura institucional no nos permite llevar alimento o acompañar a los vecinos de Badalona que hoy están en la calle. Tampoco a la sociedad que se embrutece con los discursos de gobernantes que operan para sus propias ideologías y no para un bien común o una cultura de encuentro. Como mucho hemos alcanzado a hablar con amigas que llevan todo el día en la calle, y escuchar sus llantos y cabeceos de incomprensión.
Xabier Parra, director de SERCADE