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Poder mirar a los ojos

Poder mirar a los ojos

Todo transcurría con normalidad. Iba a ser un día más de pura rutina. Era la hora de entrar al Comedor cuando Agustín se mareó y cayó desplomado al suelo. Las personas que estaban a su alrededor rápidamente intentaron ayudar, llamaron a los responsables del Centro Social San Antonio, y entre todos le auxiliamos.

Siempre he pensado que cuando alguien se encuentra débil y hay cualquier desfallecimiento, de primeras los seres humanos no tenemos ningún reparo en ayudar o socorrer al hermano olvidándonos de su condición, pero después de la experiencia vivida aquel día me sigo haciendo preguntas.

El golpe había sido importante. Agustín estaba mareado y con una brecha chorreando sangre de su pómulo. Los que estábamos allí decidimos llamar a los servicios sanitarios para que lo atendieran con más exhaustividad. Tardaron poco tiempo, pero el suficiente para observar que Agustín gozaba de poca salud, para ver su mirada perdida y descolocada. Hablaba poco y se dejaba ayudar, y el equipo médico decidió llevárselo al complejo sanitario para poder atenderle mejor y más profundamente.

Todo esto podría haber sido un capítulo más en la rutina del Centro, pero iban a darse los condicionantes para que no fuese uno más; éste se convertiría en un episodio diferente.


Después del traslado al centro sanitario llegó la hora de mi descanso. Como todos los días, me dispuse a saciar el hambre mientras miraba en la televisión el informativo del mediodía. Estaba entusiasmado comiendo un plato de pasta cuando llamó mi interés la noticia de un juicio por el asesinato de una joven. Para mi sorpresa, una de esas imágenes llamo mi atención. Era la imagen de alguien tapándose parte la cara, pero se podía intuir su rostro. Inmediatamente lo reconocí: era Agustín. Me quedé sorprendido, helado y patidifuso. La persona a la cual había estado socorriendo hacía unos minutos podría ser cómplice de un macabro asesinato. Mi cabeza no paraba de preguntarse cosas. ¿He estado al lado de un asesino? ¿No es tan bueno como aparentaba? ¿Se merece que le ayudemos? ¿Le hemos ayudado cuando puede ser cómplice de un asesinato?
 


El día continuaba con aparente normalidad. Esa misma tarde Agustín volvió al Centro, se acercó hasta a mí y me dio las gracias. Me comentó que tenía poca salud, que se encontraba nervioso y que su desmayo podría haber sido causado por no comer lo suficiente. Lo miraba y era difícil considerarlo como una persona más... Me costaba verlo como a un hijo de Dios o como a un hermano. A mi cabeza venía constantemente la imagen del informativo hablando del cómplice de un asesino. 

Después de hablar con él, los profesionales del Centro consideraron que había que intervenir y ayudarle. Valoraron empezar prestándole varios tipos de ayudas comenzando por las más básicas, como la higiene y la alimentación, siguiendo por la reinserción de la persona. 

Durante los años que ha durado este largo recorrido de normalización, Agustín nos ha ido transmitiendo su lenta mejoría. Pero también sus grandes miedos, como el rechazo al sentirse juzgado. Nos comentaba que solo salía de casa por la noche para no ser visto por la gente: el miedo lo aterrorizaba. Todo esto cambió cuando empezó a acudir al Centro, porque era el único espacio en el que no se sentía juzgado, sino atendido. Nos contaba que en el Centro él siempre era uno más y que se sentía respetado y valorado como persona. El juicio por el asesinato fue celebrado y la justicia consideró que él no estaba involucrado, por lo que fue absuelto.

Han pasado los años y a pesar de ello, cuando hoy viene al Centro, me cuesta mirarlo a los ojos y pensar que, en algún momento, esta persona pudo colaborar para quitarle la vida a otro ser humano. Este pensamiento me incomoda. Pero a la vez soy consciente de la suerte que tengo al tener un apoyo tan grande como el de Jesús de Nazaret, y como si fuese un rayo de luz viene a mi mente el texto del evangelio de Mt 25: 40 “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicisteis”.

Este es el sentido, la energía más fuerte para entender y poder comprender mejor estas situaciones y a estas personas con grandes dificultades, y para seguir trabajando por la dignidad de todas las personas, también por Agustín, que nos hacen plantearnos grandes retos y grandes preguntas…